Los vecinos de Járkov asumen la normalidad bajo las bombas
Agachado en el césped, Volodia el viejo coloca a la luz de la tarde una pequeña placa solar de la que sale un cable negro. Con una sonrisa triste, el hombre de cabello cano explica que lleva cuatro semanas sin luz. Confía en el sistema semicasero para poder cargar su teléfono móvil y el de Volodia el joven, su vecino, que barre las escaleras del portal, como si la colmena de estilo soviético del barrio de Saltivka, en la ciudad de Járkov, bajo ataque prácticamente constante de las tropas rusas, no tuviera las paredes cuajadas de metralla y casi todos los cristales reventados. “Y mañana volveré a limpiar”, dice mientras se encoge de hombros. El ser humano se acostumbra a todo, confirma Volodia el viejo.
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